Si algo del azar traía un eucalipto,
su aroma comenzaba en los ojos de la abuela Sara.
No sé si era ese brillo o el énfasis del cuerpo
lo que nos reunía para obedecer su gesto.
Amorosamente y con enérgica voz, enseguida diría:
-Respiren hondo!
Nosotras, alternábamos en mover la boca, la nariz y la piel
(según la que estuviera más a mano)
pero seguro, el verde nos tocaba.
Desde aquel momento en que cada agujero era apertura,
la vida es cuestión de inhalar profundo
y cada árbol que sienta su perfume,
el aire
la oportunidad de respirar.